Todos aquellos que, apagaron el televisor, que cambiaron el dial, que salieron de los bares porque ya no podían aguantar otro fracaso que venía fueron los privilegiados testigos del despertar de una ciudad. En unos segundos, un silencio denso, una decepción mascada, calles desiertas como si el mundo se fuese a terminar. En unos segundos el grito ronco que traspasaría un océano, el grito inesperado que uniría para siempre a Córdoba con una isla afortunada. Piernas temblorosas, desconsolado llanto, ceniza sobre las manos, desconsolado llanto, desconsolado llanto para celebrar una alegría.
Resultó ser así, tal como contaban los antiguos de aquel primero de abril después de Huelva. Niños, mujeres, hombres, abuelos y jóvenes, padres y madres, propios y ajenos, de sangre y extranjeros, Córdoba entera desparramada por las calles esperando a aquellos hombres que han traído la gloria en un ascenso. Los hombres del autobús como metáfora perfecta de los sueños que se cumplen, de la lucha permanente, del recompensado esfuerzo, del no dejarse nunca vencer, de la oportunidad que muerta vuelve a renacer. Luces para una Córdoba de sombras, canto sobre canto, risa sobre risa, blanco y verde tatuados en el alma y escudos arreglados en el pecho. Daba igual, los nuevos con los viejos, los de siempre y los de ahora, Córdoba entera tirada en sus calles por un sueño.
Twitter: @jlpinedar